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Javier Utray "Clara - mente morir de arte", comisariada por Mariano Navarro


Clara-mente morir de arte

 
Javier Utray (Madrid 1945–2008) fue arquitecto, pintor, escritor, artista plástico, músico intérprete y compositor,performer y, esencialmente, un agitador cultural de primer orden que influyó de manera determinante en la configuración de la escena artística española desde los años setenta del siglo XX hasta su temprano fallecimiento en la primera década del siglo XXI.

Construyó con dedicación absolutamente fiel su singular y extraordinaria figura al hacer de cada suceso, por banal o rutinario o de costumbre cultural que fuera, un modo de “actuar en arte”. Concederle a lo nimio la capacidad de absorber todos los significados y, al tiempo, descargarlos de cualquier carga jerárquica en el orden del pensamiento.

Nadie que lo conociera, que tuviese ocasión de conversar con él y aún más de contemplar su “hacer”, salía de la experiencia sin un cambio en su percepción del mundo y del modo de leerlo.

Javier Utray fue un artista con personaje sin necesidad alguna de buscarlo. Una personalidad excepcional por lo natural de su interpretación de “ser”, “de ser él”. Algo que nos marcó a los más próximos a su persona, por corta que fuese esa cercanía físicamente, epistemológicamente y creativamente.

El título que he elegido para la exposición, en cierto sentido traído por los pelos, una expresión muy de Utray, procede del poema Mayeúticos enterradores, con el que el artista acompañó su primera exposición en la Galería Moriarty, en 1990, y que jugando con los nombres de sus responsables, Lola Moriarty y Clara Díaz-Aguado, creo que quería calificar a los artistas, fuese cual fuese su arte, que sepultaban con su “hacer” la idea de un inexorable vínculo entre el conocimiento y lo que hicieron quiénes les precedieron, por brillantes y “enterradores” que fuesen[1].

La exposición aborda únicamente aspectos parciales, aunque radicalmente significativos de su trabajo, un conjunto de pinturas de distintas etapas y fechas y varias páginas de sus cuadernos de trabajo. Han quedado inevitablemente fuera la veta arquitectónica, musical y performer, así como la creación de objetos significantes.

Utray tuvo una consideración muy temprana de que la pintura se genera desde el concepto, no desde la técnica, ni desde la verosimilitud, ni siquiera desde la Estética convencional o académica. Y, al tiempo, establecía física y materialmente lo que denominaba “el pacto con la tela teñida de colores”. Un pacto que en el período más fecundo de su trayectoria vería desaparecer casi por completo la elaboración manual.  

La pieza más antigua de la exposición es un autorretrato, Sin título, circa 1970, en el que Utray adelanta o comparte las que van a ser características de la figuración madrileña de esa década: rechazo de la representación, canjeada por una experimentación conceptual con elevado peso de la narrativa, incluida la de la propia Historia del Arte; abolición de la perspectiva, explosión cromática, incorporación a la plástica del pensamiento filosófico contemporáneo y un humor pleno de desparpajo.

Esas enormes esferas –abierta y con dos pupilas una, cerrada la otra– de Sin título, circa 1970, en el que, seguramente, Carlos Alcolea pintó los cilios del de la derecha, apuntan a uno de los principales componentes significantes del universo Utray; elemento, por otra parte, objeto de una larga reflexión histórica: el ojo. 

 

            “[…] una visión

            binocular, sin trompe l'oleil, donde cada

            ojo cerebro trampanteojea una cosa retinianamente distinta

            pero verbalmente idéntica provocante de una

            percepción imaginaria que oscila pendular entre la

            identidad y la distinción, visión esquizoide

            y retórica”.[2]

            

Las vitrinas contienen casi una decena de cuadernos de trabajo de fechas diferentes cuyas notas y apuntes prologan o dialogan o proporcionan otras perspectivas a las pinturas expuestas.

En la que se corresponde con la pintura anteriormente citada recogemos al menos tres de las propuestas y análisis del artista: una primera duchampiana, el “giroscopio óptico [que] descorcha el ojo en una anamorfosis”; una segunda, la propuesta de visualización de un “Meta anamorfismo”, cual “el recorrer del ojo sobre la pintura”; y, por último, el “Fractalómetro”, “El ojo acupuntor / (con precisión koreana) / perfila estigmatismos / sinusoides. Partoût”.            

Un tema transversal a la vida y obra de Javier es, sin duda, y así lo han apreciado también otros autores, la conciencia de la muerte.

La exposición aborda el tema desde una reducida aunque múltiple muestra de registros; así, un ejemplo de su serie Epifanías egipcias, que señalaría su retorno a  prácticas concurrentes con la pintura sin el empleo de ninguna de sus maneras tradicionales: ausencia absoluta del gesto –sustituido en ocasiones por la aleatoriedad de la impregnación–, de la pincelada y casi de todos los recursos pictóricos manuales. La fórmula consistía en dictar las instrucciones de imprimación por teléfono o mediante un manual de instrucciones, sin apenas jamás emplear las propias manos. El sistema llega a su extremo en la numerosa serie “Ojos de camaleón”, en la que concurren, a un solo tiempo, los pantones propios de la imprenta, una amplia iconografía, desde las diosas egipcias a las calaveras mexicanas, o la radiografía quizás de las manos ociosas del pintor.

Son pinturas iconográficamente impecables e implacables, cromáticamente poderosas y mediante composiciones que ponen en cuestión las relaciones entre nuestra percepción y su discurrir simbólico.

Las vitrinas correspondientes a estas pinturas aluden, con páginas en las que boceta “La mascarilla mortuoria de la madre de Roussel”, a la danza al aire de los ventiladores de las calaveras de Holbein o a ese galán de noche, cuya calavera reposa en la mano de su dueño, al argumento de la mortalidad. Y un conjunto de proyectos da mínima cuenta de la versatilidad de sus maneras: la propuesta de un concierto, una proyección intracraneal  o un inmenso jeroglífico tridimensional que “piensa” el último cuadro que pintó Kandinsky.

 

Mariano Navarro
Comisario
Marzo de 2024

            



[1] Memento mori moriarty

   Clara-mente morir de arte

   Lolamente mártires

  Víctimas

  De las víctimas del Terrorismo

  Del Arte de Morir.

 

[2] Cuaderno “Rabanitos jónicos”, circa 1990.