PEIRAO
La exposición Peirao se articula en torno a la obra homónima, un cuadro concebido tanto por sus dimensiones como por su ritmo pictórico, como eje desde el que se despliegan las demás obras, buscando enfatizar afinidades conceptuales, resonancias y contrastes cromáticos, así como un ritmo medido en la temporalidad de la experiencia perceptiva.
El sustantivo peirao nombra en gallego el muelle de un puerto, pero también comparte raíz indoeuropea (per) con el verbo griego peiráō—intentar, atravesar— y con el latín arcaico perior, de donde procede “experiencia”. Así, Peirao evoca simultáneamente un lugar de tránsito y una acción de búsqueda.
Desde esa idea de umbral, Peirao el cuadro, se construye a partir de un diálogo entre la horizontalidad longitudinal del formato y la verticalidad en la aplicación de la pintura, con un ritmo de derecha a izquierda marcado por diferentes cesuras. Tal como señalaba Hölderlin en su lectura de la tragedia griega, la cesura no es una pausa pasiva, sino una interrupción que intensifica; un vacío que reorganiza el tiempo y concentra el sentido. Negro también reconoce otra resonancia conceptual durante el proceso: el ciclo Treatise on the Veil de Cy Twombly, cuyos grafismos y líneas horizontales de tiza blanca despliegan la pintura como una partitura abierta.
En Peirao, las cesuras verticales cumplen un papel análogo: interrumpen el devenir horizontal del cuadro y transforman el tiempo de su lectura, aunque aquí la percepción se construye mediante la superposición de capas y la vibración de las veladuras. Los cromatismos iridiscentes —verde mezclado con dorado, rojo óxido con cobrizo— hacen que la pintura nunca se perciba de un solo golpe: la intensidad de la luz y el color cambian según el punto de vista del espectador.
Dos obras fueron creadas simultáneamente a Peirao: Urda y Areallo. Ambas comparten cromatismos iniciales y una base común de impresiones mediante monotipia que generaron simetrías internas, pero en las veladuras finales divergieron hacia territorios distintos.
En Urda, los verdes profundos y los rojos óxidos heredados de fases intermedias de Peirao crean una tensión cromática intensa, dando lugar a una pintura tan óptica como háptica, donde la materia y la luz alcanzan un equilibrio preciso.
Areallo, en cambio, se abre hacia un registro más aéreo y expansivo: sobre capas previas de verdes, dorados y grafito, la última veladura azul activa un espacio ingrávido, casi suspendido. En la búsqueda de ese tono exacto, los azules del Trasporto di Cristo de Pontormo ofrecieron un horizonte cromático, más que una cita, acompañando el gesto de decidir cómo debía respirar la superficie.
Estas tres obras, aunque autónomas, funcionan como un núcleo resonante en torno al cual gravita la exposición. Su diálogo se expande mediante la presencia de piezas de ciclos anteriores que no interrumpen su lectura, sino que la contextualizan: establecen ligazones conceptuales con cuadros donde ya se intuían búsquedas afines, procesos abiertos que dialogan con las tensiones latentes. Así, Peirao se convierte no solo en un punto de anclaje, sino en un lugar de tránsito: un espacio donde distintas etapas de la trayectoria del artista se encuentran, generando una genealogía interna que conecta materiales, procesos y tiempos de la pintura.